viernes, 26 de diciembre de 2008

Miradas que no matan...

Voltea a verme. Conecta tus ojos con los mios. No me niegues. Veme. Tengo rostro. No me haces daño. Reconóceme. Existo. Cuando te veo quiero todo menos herirte, solamente contemplarte. Reconocer tu existencia frente a mi. Reconocer el otro polo, el límite del espacio entre los dos. Las palabras no son necesarias.

¿Cuándo es que pasamos a sentir violencia cuando alguien nos ve? ¿Cuándo es que pasamos a siempre estar tan ensimismados que preferimos negar a todos los demás? No queremos ver el rostro ni los ojos. En cuanto se cruzan miradas tenemos entrañado en la frente el reflejo de voltear la mirada. El solo acto de ver es violento y habemos aquellos que de cuando en cuando incluso reaccionamos con violencia verbal, "¿qué me ves wey?!". Un atentado a nuestro espacio vital. Antes, de niño, ver era otorgar un reconocimiento ontológico sobre su existencia a aquel/ella que veíamos.
Dirán que es un detalle light, sin importancia, pero siento todo lo contrario y no puedo evitar reconocer la ironía de que soy cómplice de este fenómeno, un genocidio ontológico total de a diario. Negar la existencia de los demás es lo más bajo...
Hemos llegado a tal grado que cuando encontramos a alguien que nos puede sostener una mirada sin voltear la cara nos inunda un sentimiento de comunión quasi-espiritual del cual no soportamos mucho al inicio, le tenemos cautela, similar a cuando apenas empiezas a probar una droga; reconoces que te gusta pero no quieres ser adicto aunque después se te pasa la paranoia y consumes más seguido.

Voltea a ver a alguien. Las miradas no matan sino lo contrario.

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